La lluvia ácida continuaba cayendo sobre el enorme puente de ferroacero mientras la pequeña delegación flingardiana avanzaba. Vestían capas especiales que los mantenían a salvo del mortal chaparrón y usaban máscaras antigas de las que son de uso común para los descensos planetarios. Un capitán dio órdenes a un servidor y éste empezó a emitir un siseo que de a ratos se prolongaba y en ocasiones se silenciaba, pero sin dejar de repiquetear. Nadie habló, pero todos comprendieron que los niveles de radiación de Baal Secundus eran muy altos.
Dos marines los estaban esperando a mitad de camino; sus armaduras rojo furiosas apenas se inmutaban ante el flagelo de la lluvia ácida y la radiación; escoltaron a los flingardianos hasta la entrada de La Torre de los Perdidos.
Pasaron allí los flingardianos varios días. A la delegación completa se les hicieron testeos de pureza genética y pruebas varias. Se contactaron con el Astronomicón para pedir confirmación acerca del pedido y ratificar su validez. Recién al tercer día, los 10 hombres de la flota itinerante flingardiana pudieron entrevistarse con los Angeles Sangrientos.
Reunidos en torno a una mesa larga, construida con una aleación de acero negro, se hallaban el Hermano Adanacio, jefe de logística, el Hermano Incarael, Maestro Armero y también la intimidante presencia de Astorath el Siniestro, jefe de los Capellanes.
En el completo silencio solo interrumpido por el zumbido de pantallas y el siseo de servidores, los hombres de Flingar se sentaron. Hubo unas pocas presentaciones. Ambos grupos querían llegar al grano y continuar con lo propio, asique se juntaron servidores de ambos bandos e intercambiaron rápidamente información. El Oberkommando flingardiano, presente en la reunión, sonrió lacónicamente.
Esa misma noche abandonaron Baal Secundus en una corbeta flingardiana custodiada por Cañoneras Stormraven rojas. Comando de la Flota había preparado ya una estancia especial en el acorazado flingardiano “Tempestad”; la misma contaba con estancias para nuevos residentes, así como la capacidad de lanzar Cápsulas de Desembarco.
Cuando en el mundo desierto y radioactivo de Baal Secundus fue madrugada, la flota itinerante de Flingar Orbital abandonó el sistema solar. Con ellos iba un destacamento de la Compañía de la Muerte sacado especialmente de la Torre de los Perdidos; sus comandantes eran un puñado de Capellanes que los liderarían a la batalla.
- ¿Y si enloquecen a bordo de nuestra nave?
- NeGatiVO –reprodujo la voz sin emoción del Servidor-. EstarAN eN AniMAcIón SusPEndidA LA mayoR ParTe deL TiempO.
- Aún así… No me convence –dijo el Capitán del Tempestad-.
- Es TarDe PaRA Eso AhoRA –respondieron desde Comando de la Flota-. MantENGaLos ahí HasTA quE seAn RequEridOs. DelE a Los cAPeLlaNes PerMIso pARa MoveRSE a GuSTo poR tOdA lA NavE, ElloS No SoN ComO Los otrOs. FueRA.
La pantalla se apagó. El Capitán del Tempestad encendió su pipa y suspiró. Tendría que convivir con esos monstruos infectados por la Rabia Negra en su propia nave. La oferta había sido generosa con Flingar Orbital, y fue de esta forma exacta como se formaron los Grupos de Exterminio de Flingar Orbital, compuestos a menudo por un Capellán y 5 Angeles Sangrientos en un estado avanzado de la infección que se conocía como “Rabia Negra”. La idea era mandarlos por desembarco orbital a puntos claves del campo de batalla, dando asi soporte a las tropas flingardianas.
